
Hablemos de besos. De besos inolvidables que uno va atesorando a lo largo de la existencia. Algunos, besos felices, otros, besos desgraciados, besos de amor, de amistad, de lealtad, de deseo... Y es que, en un simple gesto de nuestra boca te pueden regalar el cielo o el infierno.
El primer beso de mi colección me lo regaló mi tía abuela tras sufrir un fatídico accidente. Iba en mi bicicleta cuesta abajo, cuando tuve a bien empotrarme contra una pared. El castañazo fue considerado y proporcional a la velocidad que llevaba, que no era poca. Yo estaba inconsolable, jurando por mi mala suerte, hasta que los mimos de mi tía me sosegaron.
El segundo lugar lo ocupa un beso que me dio un ex novio en una Noche Vieja de un año cualquiera. Fue un beso cargado de recuerdos y desesperanza por todo lo que tuvimos, por lo que podríamos haber tenido y por lo que, gracias a Dios, jamás tendríamos.
El tercer puesto es para toda una colección de besos. Los que repartí y recibí de mis compañeros, profesores, y para siempre amigos, del Taller de Escritores en el momento del cierre. Terminábamos un ciclo estupendo al que irremediablemente teníamos que decir adiós. Fueron besos de nostalgia, lealtad y amistad entre los miembros de un mismo clan obligados a dispersarse.
El cuarto aconteció tras la extirpación de mis amígdalas. Andaba en mi más tierna infancia, (4años), y unos señores y señoras malos, vestidos de verde como los alienígenas, me llevaron a una sala fea donde me introdujeron un aparto enorme, (que mantenía mi boca tan abierta como la de un león del Serengeti), y me seccionaron dos canicas asquerosa y repugnantes que se empeñaban en enseñarme, insistentemente, como si se tratasen de una maravillosa obra de arte. Yo estaba aterrada. Así que, cuando me devolvieron junto a mis progenitores, berreando hasta la deshidratación, me aferré como una lapa a la roca de sus brazos y de sus besos.
El quinto beso de mi recuerdo me le dio mi hermana cuando regresó a vivir a casa. Y es que, por más que a veces despotrique por sus ocurrencias, cuando no está, la extraño. Añoro nuestras conversaciones sobre lo divino y lo humano, nuestras tardes del dolce fare niente, nuestro horror vacui y hasta sus etapas temáticas. Y sí, fue un beso amargo y buscador de refugio, pero a mí y a mi yo egoísta nos supo a reencuentro y felicidad.
He seleccionado cinco besos y los he numerado. Pero puede que más tarde recuerde otros. O que invierta el orden que les he dado por simple capricho de la memoria y de las musas. Pues de lo único que estoy segura, es de que aún me quedan demasiados besos por sentir.