viernes, 26 de febrero de 2010

CULTIVANDO PLANTAS

Una de las aficiones que heredé de mi abuela materna es la jardinería. Reconozco que de primeras no fue un tema que me llamase. Todo lo contrario. Detestaba todo lo relacionado con ella, pues en aquel entonces, me apartaba de mi gran pasión: la TV.

Además de para alejarme de TV, (cosa que no era buena, según la firme convicción de mi abuela), me fichó como ayudante de jardinería por dos razones:

La primera era que padecía de las piernas y tenía un reuma galopante. Así que cargar pesos y agacharse eran un auténtico suplicio para ella.

Y la segunda, respondía a sus desesperados intentos por mantener a mi madre lo más alejada posible de sus plantas. Mi desatinada madre, (que era y es una genuina manazas), cuando no las ahogaba en copiosos charcos de agua, las exterminaba a golpe de insecticida en sus batallas genocidas contra moscas y mosquitos.
El caso es que cuando andaba por los 17, pase un mes en Inglaterra en uno de esos cursos para aprender inglés. Durante mi ausencia, mi abuela sacó adelante sus plantas sin la colaboración de nadie. El asunto no hubiese tenido la menor importancia, sino hubiese sido por lo orgullosa que se sentía con su nueva adquisición. Una preciosa, frondosa y verdísima planta que había germinado por generación espontánea. La mata era tan agradecida que con cuatro mimos, lucía más esplendorosa cada día que pasaba para deleite de mi señora abuela. Así que, apenas posé un pie en casa, me arrastró hacia el balcón para mostrarme a su ojito derecho. Y sí, lo cierto es que la planta estaba preciosa, alta y pronta a dar frutos. Entonces, fue cuando frente a la orgullosa jardinera, solté de golpe y porrazo y sin anestesia local:
-"Abuela, eso es una planta de marihuana".

Ese fue el final de su vida delictiva. Juro que nunca vi a mi abuela moverse a semejante velocidad. En menos que canta un gallo y llena de horror, la arrancó y la plantó en una bolsa de basura, desterrándola, así, de su ranking de afectos.
La anécdota nos sirvió para hacerla sonrojar mientras el resto de la familia nos partíamos de la risa. Y si me acuerdo hoy de ella, es porque junto al resto de la broza del jardín que arranque hoy, iba una pequeña planta sospechosa. Y sí, supongo que para ser delincuente hay que estar hecho de una madera de la que yo, al menos, no estoy hecha.



jueves, 25 de febrero de 2010

SECRETOS SUSURRADOS AL VIENTO. POR SUPERSTICIÓN.

Lo reconozco. A medida que pasan los años, mi adquisición de manías y supersticiones propias van aumentando. Así pues, allá voy con una nueva edición de "secretos susurrados al viento". Y es que, amigos bloggeros, ando inmersa en una nueva aventura de la que no pienso soltar prenda a nadie y que sólo contaré cuando se cumpla.
Los que me conocéis, especulad lo que queráis, pero no preguntéis porque esta vez seré una diligente guardiana del secreto.