miércoles, 24 de marzo de 2010

MOMENTOS SUPERFICIALES.

Sí, es verdad. Atravieso un momento de mi vida en el que la superficialidad prima. Y es que, es la única explicación que encuentro a esto que me pasa.
La Insoportable se calla; La Guardiana de La Sangría bebe para festejar semejante regalo visual; La Sombra no se despega de mis talones; La Pitonisa pierde el tarot (con el mal fario que la da cada vez que se le cae una carta) y Alegoría sonríe embobada. Y todo ¿por qué? Por culpa de cierto zagal que sale en cierto programa de Tv de cuyo nombre no quiero hablar. Nos importa un cacahuate de qué va la historia o qué tan buen o mal actor sea el muchacho, pues nuestra atención está centrada, exclusivamente, en lo grande que es la naturaleza en algunos casos, en lo bien que da en cámara, en qué suerte tienen algunas y sobretodo, en quién tuviese uno así. ¡Ahh...!
Y ni me preguntéis de quién se trata porque no pienso compartir mi síndrome de Stedhal con nadie más.

2 comentarios:

Juan Sebastián dijo...

Diste en el blanco, en la superficie de lo que pensaba, en esa tela que cubre el vació de tantos pensamientos que no me llevaban a nada. Ahora, sin sangría es un poco más difícil que haya alegría. Aunque en más de una oportunidad, la gente ENSANGRITADA (la sangría tiene que tener mucho jugo de limón y poco azúcar para generar este efecto devastador)pasa de la gloria de su diversión, a la caída inminente que no es nada más ni nada menos que, su profundidad, ahí suele encontrar cierta acidez, y le echa la culpa al limón, y a la noche, y a los días perdidos como si el alcohol fuera la culpa de todo. Es por eso que debe haber una guardiana de la Sangría. Alguien que calle y no la delate, y si es posible algo o alguien que nos avise sobre cualquier futuro inminente. Eso sí, cuidado con la televisión que genera grandes castillos imaginarios, y lo peor, en muy pocas ocasiones se vale de la poesía. Esto es un trabajo para Lenon, o para Jesucristo pero cantando como un ángel.

Alegoria dijo...

Jajajjajaja, no te preocupes. Uno se acaba por acostumbrar a todo y pasado un tiempo, el tío bueno sigue estando bueno, pero ya no impresiona igual.