sábado, 19 de mayo de 2007

YO TAMBIÉN FUI EL ZORRO

Me he enganchado al Zorro. Sí, a la telenovela que pasan a las 3:30 pm. Esa es mi hora de la siesta. El tiempo que empleo para reposar la comida que aún llevo atravesada en el gaznate y recuperarme del madrugón y del trabajo.
Podría decir que veo los documentales de la 2, como hace todo españolito que se precie, pero no me va la vena hipócrita. A esas horas, las opciones televisivas son catastróficas y si hay que decantarse entre saber si Paquirrín se va a putas o los gustos sexuales del señor Bosé y la telenovela de turno, yo prefiero la telenovela. Y puestos a elegir entre todas, me dejo arrastrar por el criterio más superficial: la que tenga los actores más guapos.

Pero es que además de todo esto, la historia del Zorro me atrae como abeja al panal porque yo, también fui el Zorro cuando andaba por las seis primaveras. En esa época, era muy susceptible al influjo de la la TV y en TVE pasaban los dibujos del Zorro para alegría mía. Al igual que el resto de los infantes españoles, mi hermano y yo, teníamos nuestras espadas hechas con palos de madera. Los pelos como escarpias se le ponían a mi abuela cada vez que nos veía endosarnos los chubasqueros a modo de capa, los antifaces de folio que tan esmeradamente habíamos pintado con la plastidecor negra y tomar, en nombre de la justicia, nuestros palos espadas. Y es que, su mayor temor, era que en el fragor de la lucha, nos llevásemos un ojo por delante. Nuestro juego mejoró notablemente, el día que mi primo tuvo la feliz idea de dejar su última adquisición en la cuadra de mi padre. Se trataba de un precioso caballo español tordo, al que automáticamente identificamos como Tornado. ¡Al fin estábamos al completo! Teníamos a nuestro alcance un auténtico Tornado y si bien no era negro, si era capaz de ponerse de manos, tal y como nos mostró mi primo a petición nuestra y sin siquiera imaginar que probábamos la destreza del animal para ser nuestro compañero de juegos.
Nos lo pasábamos en grande. Arrimábamos a Tornado a una pared, nos trepábamos a su lomo y nos esforzábamos por ponerle de manos. Éramos el Zorro y no había Montero, ni gobernador, ni soldados que pudiesen con nosotros. La Justicia reinaba por doquier. Fueron nuestros mejores momentos como Zorros. Pero para desgracia nuestra, duraron los pocos días que tardó mi padre en sorprendernos. Aún me duelen los zapatillazos que nos dieron y que diezmaron el atrezzo del Zorro. Con lo que no pudieron, fue con el espíritu justiciero y con las mil aventuras que vivíamos.

1 comentario:

EL CHICO GRIS dijo...

El zorro tenía su encanto, pero eso de engancharse a una telenovela...

(vaya putada lo del otro blog)