Madrid sigue siendo tan salvaje, ajetreado y temperamental como recordaba. Durante esta visita he sacado dos importantes conclusiones:
1- No es cierto que en Madrid haya gente más guapa. Lo siento por mi amiga Enigmala, fiel defensora de semejante teoría. Lo que realmente sucede, es que hay más habitantes. Así que la probabilidades de tropezarte con algún bellezón son más numerosas. A eso, hay que añadirle las aportaciones del PIB (Producto Interior Bruto)de los países extranjeros. O lo que es lo mismo, los miles de turistas que cada día patean la ciudad y que convierten Madrid en una especie de Torre de Babel en la que es posible oir cualquier lengua.
2- No es una ciudad para ancianos. El ritmo trepidante y la total ausencia de bancos en los que reposar la hacen incompatible. Ya sé. Alguien me dirá que quién quiere un poyo para sentarse bajo un sol de justicia o un gélido cielo. Pues yo. Eso sí, convenientemente ataviada.
Por lo demás, no hay demasiado que contar y sí por descubrir. Así que, si no conocéis Madrid, os recomiendo una visita a la ciudad. Perdeos, visitad sus museos, id al teatro o a ver cualquier musical... Pero sobretodo, contemplad a su gente porque cada uno de ellos definen una ciudad que no nació para ser olvidada.