Mi querido Sr. Bardem:
en está vida y en especial, en este país donde nadie es profeta en su tierra, el cotilleo, es el deporte nacional. De hecho, es el que tiene mayor número de afiliados y el que más cualidades reúne para no ser deporte olímpico nunca. Se queja usted de la prensa, pero ya me gustaría a mí verlo enfrentado a una jauría de señoras metomentodo que se creen Sherlock Holmes y con una existencia tan aburrida que necesitan suplir su falta de sexo y de alegrías con intromisiones en la vida de todo hijo de vecino.
Claro está que me podrá objetar, que en su caso los cotillas son los de casi todo el planeta. Pero creo sinceramente que prefiero los suyos a los míos. Es cierto que en ambos casos, los chismosos se inventan lo que no saben, pero cuando le cuenten a su primo que las campanas tocan a muerto por usted y que la causa de su muerte fue un aborto mal practicado en una clínica ilegal, fruto de una relación clandestina con el vecino casado del cuarto, quien al enterarse, ha intentado suicidarse arrojándose desde el mismísimo cuarto, entonces puede usted empezar a llorar de la indignación a pleno pulmón. Una vez más, la realidad supera a la ficción porque como bien dice el refrán: "Pueblo chico, infierno grande". Así que agradezca que vive en una gran cuidad en la que no conoce ni a la mitad de sus vecinos y paséese orgulloso y tranquilamente con su novia de turno ignorando los dimes y diretes tal y como hace servidora. Que le sacan una foto, pues pídales que le envíen una copia para el álbum familiar. Usted relájese y disfrute, que los cabreos acortan la esperanza de vida. Siga deleitándonos, a los amantes del buen cine, con esas magníficas interpretaciones a las que nos tiene acostumbrado. Y el que se muera de la envidia, pues que prepare sus funerales.
Un saludo,
Alegoría
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